viernes, 21 de mayo de 2010

Basado en hechos reales.

Empezó como suelen empezar todas las historias, sin rendir cuentas al destino ni a la suerte, sin más que coincidencias en el espacio - tiempo.
Las dos princesas gastaban su tarde en un café de Madrid, viviendo las horas entre conversaciones y cigarros, entre fotos en sepia.
En una mesa cercana, una pareja hablaba más con los ojos gélidos que con los leves alientos que salían de sus labios. Ella se levantó y, seria y calmada, le dijo que no quería volverle a ver. Después se fue.
Él se quedó (porque siempre una de las dos partes se queda), terminó su café con hielo observando el paquete de tabaco como si en él cupiesen todos los finales.
Después cogió el vaso de ella, una cocacola acabada como el principio de esta historia. Fue comiéndose uno a uno los hielos del vaso, tragándoselos para pasar mejor en su garganta todas las palabras que no dijo a tiempo, todos los "quédate" que no llegó a pronunciar.
La princesa me contaba esta noche que el chico miraba el vaso y rozaba una y otra vez el borde, sólo los dos centímetros que habían recorrido los labios de ella minutos antes de perderla. Dos centímetros para endulzar recuerdos y desterrar la ausencia.
Mientras tanto, ese mismo día yo sostenía en mis manos una bola de billar negra, mientras volvía a mi barrio en Cercanías. Un chico se me acercó y se me quedó mirando el rato que duran tres segundos. Después me dijo: "Todo pasa porque pasa, y si pasa ¿qué importa? y si importa, ¿qué pasa?". Sonreímos sin decir nada más. Yo me bajé en la siguiente.
Coincidencias espacio - tiempo, pero eso yo no lo sabía.