Josefa siempre tenía un trozo de papel arrugado entre sus manos, y siempre lágrimas en sus ojos legañosos y marrones que nunca llegaban a sus pómulos. Ella tenía la habilidad de pararlas. La pregunté que si había ido al médico a que la recetase algo.
Ella me dijo que no estaba enferma, sólo la extraña costumbre de tener goteras en el alma.
Tal cual.
1 comentario:
Impresionante.
Gran señora.
Publicar un comentario