jueves, 7 de marzo de 2013

Me di cuenta, con el paso del tiempo, de que solíamos ocupar los márgenes en el patio del cole. De que, a partir de los 8 o 9 años empezaba a estar mal visto enfangarme en la arena tras haber jugado un partido de fútbol o a fuga.
Ya en la ESO me di cuenta de que mi cuerpo y mi placer podía ser un espacio público. Empecé, desde entonces y como quien no quiere darse cuenta, a apretar el paso cuando volvía sola a casa de noche. Y a ponerme deportivas y a escuchar a mi madre decirme "no vuelvas sola" o "ten cuidado" antes de cerrar la puerta.
Cuando entré en la universidad, me di cuenta de que tenía que elevar el tono de voz un poco más de lo normal si quería, además de ser oída, ser escuchada. Incluso oí algún comentario que preguntaba qué tipo de relación tenía con tal profesor, porque me tenía en estima.
A lo largo de mi corta vida vi qué tipo de trabajos desempeñan unas y otros, y por qué en los mismos puestos a los unos les sonaban más los bolsillos que a las otras. También presencié, lejos o cerca, escenas de celos que acababan en portazos, en golpes en la pared y en muerte.
Según me iba dando cuenta, empecé a mirar a un lado y a otro, y empecé a ver a otras mujeres.
Fue entonces cuando entendí que no es azar, ni destino, sino consecuencia planeada.
Fue entonces cuando comencé a verlo todo más morado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es hermosa la manera que tienes de desembocar de la experiencia en la estructura social. Conectas las dos cosas como si fuese algo fácil de hacer y nos permites comprender muchas cosas que, de otra manera, no se podrían sentir. Gracias.